SANGRE Y AGUA

Mensaje de Cuaresma 2019

 

“No sólo con agua, sino con agua y con sangre” (I Jn 5, 6), así dice san Juan en su primera Carta que ha venido Jesucristo a regalarnos la victoria pascual. De su corazón atravesado el Viernes santo, brotaron el agua y la sangre, la vida misma de la Iglesia—Esposa, nacida como
nueva Eva del costado abierto del nuevo Adán.

Sangre y agua, dolor y satisfacción, amor y vida, fuego y fuente, muerte y resurrección, cuaresma y pascua; todo un binomio polifacético imprescindible para entender en qué consisten los noventa días que comienzan con el Miércoles de Ceniza y terminan en la solemne celebración de Pentecostés; un trimestre litúrgico con la capacidad de renovar, desde el Corazón de Cristo, el corazón de la Iglesia.

El Espíritu Santo no nos es dado, sino por el agua y la sangre, el bautismo y la eucaristía, el baño regenerador y la cena que recrea y enamora. Dice San Serafín de Sarov que la finalidad de la vida cristiana es la adquisición del Espíritu Santo. No será la cuaresma, por tanto, un esfuerzo por mejorar nuestra forma de ser y superar determinados defectos, porque la finalidad no está en conseguir un apaño vanidoso de nuestro aspecto espiritual. No se trata de ser mejores, mientras seguimos siendo los mismos. Dios quiere hacernos de nuevo, y —para esta nueva creación— nos envía a su Hijo con el agua y con la sangre. Quienes con fe miran al Traspasado, huyen de cisternas agrietadas porque han encontrado la fuente que sacia su sed; desprecian las obras muertas, porque han encontrado en Él la Vida; y se entregan hasta el extremo, porque se saben comprados a precio de una sangre que les ha dado la libertad. Ayunan porque son dueños de sí; ofrecen limosna porque fueron liberados de la tiranía del dinero; oran y adoran, porque han escogido la mejor parte, que no les será quitada después de hallar el descanso en el Único necesario.

Para los cristianos españoles, la Cuaresma 2019 es también tiempo de elecciones. Optemos radicalmente por Quien ya nos ha elegido, y nos promete en plenitud lo que ya ha derramado. Se ha hecho querer, y sin duda es de fiar. Él no viene sólo con agua, sino también con sangre; no sólo promete, sino que ya ha cumplido. Él no sólo nos ama, sino que nos lo ha demostrado. Que el amor de Cristo nos apremie, y sacaremos aguas con gozo de las fuentes de su Corazón que sangra enamorado.

UN CORAZÓN PARA DIOS

De muchos modos y maneras abrió Dios su corazón a los hombres desde antiguo; ahora, en la etapa final, se nos ha dado plenamente en la carne de su Hijo. Quien es Amor por naturaleza, no ha querido privarse de tener un corazón con el que decirnos, al modo que los hombres entendemos, que somos profundamente amados por el que nos pensó y decidió nuestra felicidad, desde toda la eternidad.

Un niño nos ha nacido, con corazón humano Dios se nos ha dado. Enmudecida, en el silencio de la noche, desde un pesebre de animales, la Palabra por la que todo vino a la existencia nos llama a aprender de su profunda humildad, de su inefable anonadamiento, de la mansedumbre de su infante corazón.

Como hace casi un siglo lo hiciera el rey de España, en nombre de todo nuestro pueblo, proclamemos que este Niño es maravilloso y fuerte, y decidámonos a dejarle reinar —con las palabras de Alfonso XIII, aquel 30 de mayo de 1919— “en el seno de nuestros hogares, en la inteligencia de los sabios, y en las aulas de las ciencias y las letras», pidámosle que su gobierno penetre “nuestras leyes e instituciones patrias”, para que quien es, a la vez, Dios guerrero y príncipe de la Paz, se digne poner nuestras vidas, y el futuro de nuestra nación, a la sombra de su bandera.

Diciendo sí al designio divino, la Virgen gestó en sus entrañas un corazón para Dios. Quiera su bendito fruto regalarnos que, también el nuestro, viva siempre latiendo para su gloria.

¡¡FELIZ NAVIDAD!!