YOBEL

“Hay una grieta en todo; es como entra la luz”. La poética afirmación del cantautor canadiense Leonard Cohen, de origen judío, me ha traído a la memoria el curioso instrumento que, a modo de trompeta, anuncia con sus particulares sonidos, las grandes fiestas del pueblo de Israel. El shofar (cuerno de carnero que se hace sonar en momentos importantes, a lo largo del año hebreo) es llamado jobel (yobel) cuando anuncia solemnemente el gran año sabático que el libro del Levítico prescribe celebrar cada medio siglo (cf. Lv 25). Jobel (del que deriva la palabra con que se denomina ese año —“jubileo”—) significa literalmente “carnero”, y hace referencia directa al cuerno con que se fabrica dicha “trompeta”. La palabra “shofar”, en cambio, presenta una etimología mucho más rica y compleja; significa en su raíz hebrea: incidir, brillar o hacer algo hermoso.

La Biblia presenta infinidad de referencias al toque de este instrumento singular, que recuerda siempre aquel carnero enredado por los cuernos en la maleza, y que murió en lugar de Isaac, cuando Abraham no se reservó para sí al hijo único, adorando en obediencia absoluta al Dios verdadero (cf. Gn 22, 13). La voz de Dios tronó poderosa como un shofar en el Sinaí, en aquella cuaresma que precedió a la entrega de la Torá (cf. Ex 19, 16). La murallas de Jericó cayeron ante los siete toques del shofar que hicieron resonar los sacerdotes a fin de comenzar la conquista de la tierra prometida al otro lado del Jordán (cf. Jos 6, 4-20). Los madianitas fueron derrotados, matándose entre sí, por la confusión que generó el toque del shofar, ordenado por Gedeón como clamor para la batalla (cf. Jc 7, 18-22). Y, ya en el Nuevo Testamento, el apóstol que fue fariseo —san Pablo—, asegura que sonará el shofar cuando llegue el final, y los muertos resucitarán incorruptibles (cf. I Cor 15, 52; I Tes 4, 16), en ese Día del Señor por excelencia que traerá el júbilo para siempre. La misma Iglesia se levanta cada mañana cantando en sus laudes el himno de Zacarías al Dios que nos ha visitado y redimido, suscitándonos un “cuerno” (aunque lo traducimos por “fuerza”) de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas (cf. Lc 1, 69).

Son tres los sonidos del shofar (que en la fiesta de año nuevo se combinan en un cuarto): tekia (que es largo y suave, proclama la misericordia de Dios, único rey, y se usaba siempre en la entronización de los reyes de Israel); shevarim (que es un toque quebrado, de tres notas, a modo de llanto, y recuerda la fragilidad humana invitando a reflexionar sobre las acciones pasadas); y, en tercer lugar, terua: toque compuesto por una serie de notas cortas, a modo de alarma urgente para despertar del sueño espiritual a quienes son capaces de escucharlo.

El presente año cristiano es jubilar, y su cuaresma viene convocada, como en tiempos del profeta Joel, por el sonido de esta trompeta curiosa: la predicación de la Palabra que se hizo carne, cuerno de salvación, por cuya grieta abierta en la cruz resuena la llamada a la conversión y entra la luz de la misericordia divina para que podamos hacer de nuestra existencia, por pura gracia de Dios, algo nuevo y hermoso. Muchas veces nos lamentamos de las innumerables grietas que quiebran nuestras vidas, nuestras naciones, también nuestra Iglesia. Pero Dios se ha enamorado de los corazones contritos y agrietados, porque son vulnerables a su Luz. Empieza una cuaresma jubilar: es palabra de Dios que los esclavos recobrarán la libertad, la tierra fatigada encontrará reposo y serán condonadas todas las deudas. Ha sonado el yobel —shemah Israel—: y como cantaba Leonard Cohen, es tiempo de olvidar nuestras ofrendas perfectas, pues no las tenemos. Hay una grieta en todo, también en nuestras vidas; reconozcámosla, confesémosla, no la tapemos, aunque sea retorcida como un shofar: es por donde entra la Luz.