“Admiro a los cristianos, porque veis a Jesús en quienes tienen hambre o sed. Lo considero muy hermoso, pero lo que no comprendo es cómo no veis nunca a Jesús en vuestra propia pobreza, en vuestra hambre y vuestra sed… ¿No veis que también hay un enfermo en vuestro interior, que también vosotros estáis escondidos en una cárcel de miedo, que en vosotros hay cosas extrañas, verdadera angustia, situaciones que no controláis y que son ajenas a vuestra voluntad? En vuestro interior hay un extraño, y hay que acoger a ese extraño, no rechazarlo, no negar su existencia, sino saber que está ahí. Y acoger y ver a Jesús en él.”

Estas palabras que salieron de la pluma de un sicoanalista llamado Carl Jung, discípulo de Freud, me parecen tremendamente inspiradoras para entrar en la Cuaresma de este año, jubileo extraordinario de misericordia. El Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, nunca ha vivido en su Cielo, indiferente a los sufrimientos de los hombres; el clamor de los esclavos hebreos llegó a sus oídos hasta hacerle descender en aquella primera Pascua liberadora que no fue más que una figura de la verdadera Pascua, realizada en la muerte y resurrección de su Hijo, en la plenitud de los tiempos. Dios se nos ha revelado en acontecimientos concretos de misericordia. Y cada año, la liturgia nos introduce en estos cuarenta días de amor purificador y apasionado, para prepararnos al santísimo Triduo pascual, joya, fuente y culmen de todo el año cristiano.

Nadie da lo que no tiene. Nadie puede enseñar lo que no ha aprendido. Si los hijos de Dios estamos llamados a ofrecer a los hombres obras de misericordia, hemos de aprenderla y recibirla nosotros, en primer lugar. Amemos al “pobre” que habita en nosotros, con quien Jesús mismo se ha identificado. Dejémonos amar y mendiguemos la misericordia de Dios: porque estamos hambrientos y sedientos de su Palabra y del maná de su Eucaristía; porque el pecado nos ha dejado desnudos, y necesitamos revestirnos de la túnica blanca que se nos dio en el Bautismo, acercándonos sin miedo al sacramento de la Penitencia; porque nos hemos ido de casa, y hemos de volver a la posada del Padre; porque somos prisioneros de nuestro egoísmo, y precisamos un Redentor; porque nos sabemos impotentes para enterrar al hombre viejo y resucitar a una vida nueva. Y así aprenderemos lo que aún no sabemos -eso que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede imaginar-, seremos aconsejados, corregidos, consolados, perdonados…, porque nadie nos ha sufrido tanto como Aquel que murió en nuestro lugar, y vive siempre intercediendo por vivos y muertos, hasta que llegue el gran Domingo y celebremos gozosos la Pascua eterna de su misericordia.

¡Feliz y santa Cuaresma para todos!

Antonio Izquierdo
Párroco de San José obrero

Los cristianos tenemos nuestro propio calendario anual: un ciclo de gracia que, a modo de memorial, actualiza cada año los misterios que nos salvan. El nacimiento, la pasión y muerte de nuestro Señor, su resurrección gloriosa, su ascensión a los cielos, la venida del Espíritu en Pentecostés… no son para nosotros meros recuerdos ni aniversarios de acontecimientos lejanos y ajenos al discurrir concreto de nuestra vida.

Como si de una maravillosa máquina del tiempo se tratara, la liturgia nos permite, en cada una de sus fiestas y celebraciones, actualizar -misteriosa pero realmente-, la hondura de cada uno de esos hechos en los que Dios no sólo se nos reveló sino que se nos sigue regalando como un torrente de gracia que diviniza nuestro barro y levanta nuestra carne al cielo. Lo que celebramos cada año no es lo mismo de siempre; como si de una escalera de caracol se tratara, sucede que cada año pasamos por los mismos hechos, pero -mientras peregrinamos al encuentro de Cristo que era, y es, y viene- avanzamos en la inteligencia de sus misterios de amor, hasta que lleguemos a vivirlos en plenitud.

Con la celebración de un nuevo Adviento, en la perspectiva de la cercana Navidad, inauguramos el año litúrgico, que será -desde el 8 de diciembre- jubileo de misericordia para la Iglesia universal, y gran misión para la diócesis de Getafe, que se dispone a festejar sus bodas de plata. Nuestro Dios es siempre nuevo, nos rompe los esquemas, siempre nos sorprende… Después de haber estrenado párroco y -a punto de que la segunda comunidad neocatecumenal de nuestra parroquia estrene misión en Parla-, estrenemos también vida nueva, esperanza cierta en el Señor que siempre viene a nosotros y espera poder encontrarnos con la lámpara encendida y las ataduras rotas para irnos con Él a todas partes, hasta sentarnos a su derecha en el Cielo.

D. Antonio Izquierdo