MENSAJE DE CUARESMA 2020

“Dios dijo a Israel en una visión nocturna: Yo soy Dios; no temas bajar a Egipto; yo bajaré contigo, y yo mismo te haré subir; y José te cerrará los ojos” (cf. Gn 46, 2-4).

A quienes sabemos desde pequeñitos que nuestra meta es el Cielo, y hemos nacido en la Iglesia, pregustando la leche y la miel de la Tierra prometida, nos cuesta mucho aprender que al Cielo se sube bajando. 

Para enseñarnos este camino, tan paradójico como indispensable, Jesús —el Altísimo— bajó hasta lo más hondo. Siendo Dios, no retuvo ávidamente su dignidad, sino que se humilló a sí mismo, llegando a descender como esclavo a los infiernos más profundos en que había caído nuestra naturaleza. Por eso Dios lo levantó, y le concedió el Nombre que está sobre todo nombre. Así lo celebraremos en la próxima Pascua. 

En el año en que nuestro templo cumple cuarenta cuaresmas, el que “puso su morada entre nosotros” (Jn 1, 14) alza la mirada hasta la higuera en que nos encontramos subidos, y nos grita, como a Zaqueo: “Baja pronto” (Lc 19, 5). Es urgente e imprescindible que bajemos, que nos humillemos, que soltemos la rama en que nos hemos encaramado. Dios baja con nosotros al Egipto de nuestra realidad, porque sólo esta verdad puede hacernos libres: reconocer que somos indigentes y esclavos. Por delante, como en otro tiempo, el que dirige nuestra historia parroquial ha enviado en favor nuestro a un hombre: José nos cerrará los ojos. El que da nombre a nuestra parroquia es también patrono de la buena muerte. Y ninguna muerte es tan buena, como la que nos permite comenzar una vida nueva que anticipe el Cielo. Confiemos en la intercesión de san José, y supliquemos para esta Cuaresma una muerte buena, santa.

Perdamos el miedo a bajar, a morir a lo que creemos ser, a perder lo que imaginamos tener… No estamos solos en el descenso; el Altísimo baja con nosotros. Él nos hará también subir, a su tiempo, pero desea traer ya la salvación a nuestra casa.

CUARENTA AÑOS ENTRE NOSOTROS
“QUIS NON REDAMARET…?”

Más de dos siglos desde que puso su morada entre los hombres…, pero ¡cuatro décadas aquí, en Móstoles! ¡…entre nuestras casas, sí! …El camino que lleva a Belén pasa por Móstoles desde 1979, y aquí también suenan campanas de gloria, convocándonos a adorar su Cuerpo de carne y a escuchar su Palabra encendida. Ángeles (“mensajeros”) humanos lo proclaman presente en la liturgia y en la vida, en el templo y por la calle.

Nuestro barrio es tierra santa desde hace cuarenta años, sí, porque Él —nuestro Jesús— habita aquí, en la Calle Coronel de Palma, concretamente en el número cuatro. Sigue estando en todas partes, y no cabe en todo el Universo, pero vive físicamente —está localizable y presente— en el sagrario de nuestra parroquia. El altar de San José obrero es pesebre donde se sirve en abundancia, incesantemente, el Pan de la Vida y la Bebida de la Salvación. El misterio de la Virgen Madre sigue engendrando milagrosamente, por obra del Espíritu Santo, a todos los que se sumergen en la pila bautismal de nuestro templo, como verdadero útero sacramental de la Iglesia. Son muchos ya los renacidos, los entregados al mundo como luz, sal y fermento, que hacen presente su Reino. El dulce nombre de Jesús, es experiencia real para tantos que aquí somos absueltos de nuestros pecados.

Los pastores fueron corriendo, los Magos le ofrecieron sus dones, los ángeles entonaron sus cantos, la tierra le albergó en una gruta, los animales le entregaron su propio pesebre, José y María le donaron sus vidas… ¿qué le daremos nosotros, cuarenta años después de que Él consagrara nuestros ladrillos, haciéndose vecino nuestro? Dice el Cantar de los Cantares que si alguien quisiera pagar el amor, se haría despreciable. Renunciemos, pues, a estar a la altura de tanta misericordia, pero no descuidemos amarle, pues como dice el villancico: “¿quién no re-amará a quien así nos amó?”

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