LO IMPOSIBLE

 

Me encanta Bayona; como cineasta, me parece espectacular. Es una pena que no tenga fe, porque eso le permitiría percibir de una forma más completa la realidad que tan bien sabe llevar a la pantalla.

Cuando en 2012 saltó a la fama con aquella película que tituló “Lo imposible”, y que narraba las aventuras dramáticas vividas por una familia española que hubo de padecer en vivo y en directo las devastadoras consecuencias de aquel tsunami en Indonesia, yo quedé, como tantos, absolutamente impresionado de la maestría con que hace vivir (y sufrir) —a través de la pantalla— la historia que cuenta. Sin embargo, hubo algo que me pareció mucho más imposible que la supervivencia y el amor de la familia protagonista: no sale (al menos, yo no lo vi) en todo el largometraje, una sola persona (hindú, musulmana, cristiana, lo que sea) que aparezca rezando… ¿En una catástrofe tan terrible, con tantos muertos y heridos alrededor, envueltos en una atmósfera de verdadero terror y desamparo, buscando a tantos seres queridos desaparecidos, y contando todo con tanto realismo, no sale nadie ni siquiera con un triste rosario? Y pensé: esto sí que es imposible, y le quita todo el realismo a la historia; algo que sólo puede deberse a un prejuicio antirreligioso. Efectivamente, Bayona es agnóstico.

Cuando me enteré de que el mismo director iba a contarnos de nuevo, pero con su maestría cinematográfica, la aventura de aquellos dieciséis supervivientes que sufrieron el accidente aéreo de 1972 en la cordillera de Los Andes, en Uruguay, pensé: “si no gana el Óscar, cerca se quedará”, y así ha sido; ha cosechado una cadena de premios y nominaciones y, aunque no se ha llevado el Óscar de Hollywood, poco le ha faltado. Pero confieso que en esta ocasión, me desconcertó su elección de la historia. Todas sus producciones anteriores son siempre dramas en torno a la muerte —mirada con agnosticismo—, y Dios es el gran ausente, se ve que a propósito. Me preguntaba ¿cómo conseguiría de nuevo, con la historia de este equipo de rugby integrado por chavales formados en colegios de profunda identidad católica, y que vivieron toda esa aventura rezando sin parar y la supervivencia de los afortunados como un auténtico milagro, …cómo lograría —según su costumbre— dejar a Dios fuera de la película? Efectivamente, no pudo. Dios aparece, como imposible hubiera sido lo contrario. Pero, si en las anteriores (“Lo imposible”, “El orfanato”, “Un monstruo viene a verme”…), Dios es el gran ausente, en “La sociedad de la nieve”, simplemente consigue que sobre. Todo el denominado milagro queda explicado por la extraordinaria capacidad que el hombre tiene, especialmente en circunstancias extremas, de luchar denodadamente y de modo organizado, en sociedad, para lograr la satisfacción de su instinto más primordial, que es el de la propia conservación. Y bueno…, sí: Dios aparece, pero casi como un impedimento moral (por otro lado inexistente) para hacer lo imprescindible, o como un supuesto innecesario mientras exista verdadera tenacidad y solidaridad entre los que viven una tragedia. A eso reduce Bayona lo que tantos consideraron un milagro.

Cuando me entero de iniciativas como la del autobús fletado este año para un grupo de personas que no ponen la X a favor de la Iglesia en su declaración de la renta, o leo las grandes memorias de acción social que llevan adelante tantas entidades católicas, como fruto de la caridad evangélica, a veces pienso que los cristianos corremos el peligro de convertirnos en una “bayónica” sociedad de la nieve. Como si todos nuestros esfuerzos por evangelizar y amar tuvieran el cielo cerrado, como si la muerte fuera lo peor que puede sucedernos y la supervivencia o mejoría de estado terrícola fuera lo mejor que podemos ofrecer al hombre, como si no tuviéramos ningún kerygma que anunciar, o fuera necesario reforzarlo con grandes campañas publicitarias que permitan a los alejados ver que la fe “sirve” para algo en este mundo; como si Dios nos sobrara y casi hubiera que disimular que hacemos todo eso porque creemos en Él; en definitiva, como si Cristo no hubiera resucitado.

Pues resulta que lo imposible ha ocurrido: un hombre ha vuelto de la muerte; Dios hecho carne nos ha abierto el cielo. Sólo por eso existe la Iglesia, y su misión es anunciarlo. Y nada necesitan los hombres escuchar con mayor urgencia en esta hora de la historia. Porque, curiosamente…, los supervivientes de Los Andes también se van a morir…, aunque unos años más tarde que sus compañeros de avión…, supongo que lo saben. Dichosos los que han conservado agradecidos la fe que les permitió luchar y ayudarse mutuamente, porque pronto entrarán en la sociedad del cielo.

A todos los que creen y anuncian esta buena nueva que hace real lo imposible,

¡¡FELIZ PASCUA!!

Horarios Semana Santa 2024

24-III. Domingo de Ramos en la Pasión del Señor
Misas: 9h (Doble) – 12h – 19:30h

26-III. Martes Santo
12h. Misa crismal (catedral — 12h)
20:15h.Catequesis para el Triduo Pascual (última de Cuaresma)

28-III. Jueves Santo
10h. Laudes. Recepción de los santos óleos
18h. Misa en la Cena del Señor
22h. Hora santa

29-III. Viernes Santo
10h. Laudes
11h. Via Crucis
18h. Celebración de la Pasión y Muerte de Cristo

30-III. Sábado Santo
10h. Laudes. Ritos prebautismales
18h. Vísperas. Apertura de la fuente bautismal
22h. GRAN VIGILIA PASCUAL

31-III. DOMINGO DE PASCUA
Misas: 12h – 19:30h

Clausura solemne del Triduo Pascual, a las 20:30h
(Vísperas bautismales)

SIMÓN… ¿DUERMES?

 

Quedan pocas semanas para que escuchemos estas palabras de Jesús al primer Papa (cf. Mc 14, 37), cuando en todas nuestras iglesias resuene la lectura de la Pasión el próximo domingo de ramos. El que había sido elegido para confirmar en la fe —y por eso denominado como “Roca” (Pedro)—, se quedó frito en Getsemaní, justo en el momento en que Satanás había solicitado cribar a los discípulos como trigo (cf. Lc 22, 31-34). Muy probablemente soñaba con que las palabras de Jesús fueran pedagógicamente metafóricas, y le gustaba pensar que el infierno estuviera vacío o que nadie pudiera acabar traicionando y negando al Maestro.

El Papa dormía, y con él Santiago y Juan, y probablemente también, a una cierta distancia, aquellos otros apóstoles a cuyos sucesores llamamos obispos. Todo, porque —según Jesús les había advertido— para seguir a Quien va a la cruz no basta la buena intención, la pacífica sinodalidad, ni el haber pasado años escuchando las palabras del Señor o contemplando sus milagros. Cuando Dios ha dado permiso a Satanás para cribar a la Iglesia y a sus pastores con la noche más oscura de la fe, es imprescindible velar y orar para no caer, porque “el espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Mc 14, 38) y no aguanta.

Es providencial y muy acertado que el Papa Francisco, como preparación al jubileo que se acerca, haya declarado este año 2024, “año de la oración”. Decía san Pío de Pietrelcina que “la sociedad de hoy no reza, por eso se está desmoronando”. Como un cuerpo que no respira, como un corazón que ya no bombea sangre. La constancia del oxígeno y del riego sanguíneo señala la diferencia entre la vida y la muerte. Pero es que orar sin cesar es tan imprescindible como difícil. No lo es orar de vez en cuando, una vez a la semana yendo a misa, o durante muchas horas en un eventual retiro espiritual. Los padres del desierto siempre señalaban la oración diaria como la más difícil ascesis de toda su vida. El demonio lo sabe, y pone todo su interés en que no oremos constantemente. No se preocupa mucho si lo hacemos alguna vez, y hasta le encanta que nos consolemos como tontos pensando siempre que “lo estamos retomando”, porque eso nos mantiene dormidos, en el letargo ideal para caer cuando venga la prueba. Satanás procura, por encima de todo, que no seamos constantes en la oración, para que siempre estemos desarmados, vulnerables a sus engaños, ciegos a sus artimañas en medio de la confusión eclesial o política, débiles para resistir los empujes de las pasiones, miedosos ante lo que puedan pensar o decir los demás, y perezosos para correr con radicalidad y sin laxas interpretaciones, en el seguimiento de Cristo. Porque Jesús va a la cruz; y quien le sigue acaba en ella. Y no se puede beber ese cáliz sin orar incesantemente; los “fijos discontinuos” en materia de oración, no son aptos para el martirio, cuando la confesión de la fe exige dar la vida.

Todo el que se acerque —con fiducia supplicans (confianza suplicante)— a pedir la bendición del Dios de Jesucristo — que es, por cierto, el único que existe— verá que trazan sobre él la dolorosa forma de la cruz, pues el que ama a su “pareja” o lo que sea más que a Cristo, no es digno de Cristo (cf. Mt 10, 34-39), y sólo se puede recibir la Gracia muriendo al pecado para estrenar una vida nueva. Es la extraordinaria bendición que nos traerá la Pascua, si tomamos en serio la advertencia del Maestro, y nos decidimos en esta Cuaresma a orar sin cesar.

“Pida, pues, mercedes el hombre a su Dios, el siervo a su Señor, la criatura a su Creador, porque en su no pedir y callar, estará su no recibir, ni salir de las miserias y remiendos del pecado” (enseña san Simón de Rojas en su Tratado sobre la oración, I Parte, cap. II). No es tiempo de dormir, aunque sea de noche. Velar y orar junto a Cristo se convierte en la mayor urgencia, cuando ha llegado la hora, y ya está cerca el que lo entrega (cf. Mc 14, 42).