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FIGURITAS DE BELÉN

Contemplando con detenimiento diversos belenes, me he dado cuenta de que en todos ellos, las figuritas comparten espacio, pero viviendo, en realidad, navidades muy distintas.

Algunos viven la “navidad empanada”: son los panaderos, sí, pero también las lavanderas, los cerrajeros, y las tenderas, los alfareros, los labradores, las campesinas…, todas esas figuritas que siempre aparecen en el belén, pero nunca saben por qué. A ellos, la Navidad no les afecta. Como si nada especial sucediera, continúan pidiendo al nuevo año salud y trabajo, se juntan en familia vestidos de renos, encienden lucecitas, se desean “felices fiestas” y hasta intercambian regalos por el solsticio de invierno. Pero no esperan de esos días nada más que unas vacaciones sentimentales y pasajeras.

Otras figuritas sufren siempre una “navidad molesta”. Es la del posadero antipático que cierra las puertas a la Virgen embarazada, o la de los cortesanos de Herodes, con el rey a la cabeza, para quienes la llegada de un rey niño es toda una amenaza que convendría desterrar o aplastar. Tener que compartir sonrisas, que se les hacen forzadas; juntarse a comer con quien critican y por quien son criticados el resto del año, en comidas pesadas e interminables, para hablar de tontunas; verse obligados a regalar porque otros tienen la tozuda costumbre de hacer lo mismo, para acabar luego gastando tiempo en la cola que permita descambiar lo que antes hubo que agradecer… En fin: para todos estos, a quien inventó la Navidad… habría que matarlo (y encima no suelen saber que eso ya se hizo).

Hay algunas figuritas de “navidad muy sufrida”, para quienes es, tal vez, el tiempo más triste del año: son las madres ante cuyos ojos asesinan al hijo querido los crueles soldados de Herodes, las figuras que padecen martirialmente la llegada paradójica del príncipe de la paz. Esos cristianos perseguidos, esos ancianos solos que en las residencias no reciben visitas, esas viudas o transeúntes que, en los días en que todos celebran, lloran más amargamente la ausencia del amor que echan de menos. Es difícil aceptar que, cuando más falta nos hace, Dios se nos huya a Egipto, vulnerable como nosotros, en lugar de eliminar de un plumazo las consecuencias dolorosas de ese pecado que dicen que ha venido a quitar.
Siempre me impresionan las figuras de “navidad disecada”: los sacerdotes del templo en la escena de la presentación, o los rabinos de la sinagoga, que afilan el cuchillo para circuncidar al Niño como si fuera un cualquiera; esos escribas que contestan a Herodes con profecías de memorieta, que saben dónde ha de nacer el Mesías, pero nunca van, ni tienen ojos para verlo ante su jeta. Esos profesionales de la religión, que a veces huelen a incienso, y otras a moda y a mundo, que aprovechan las Escrituras para justificar su ideología y se sienten importantes al gestionar la decadencia de lo que antaño fue un pueblo creyente; figuritas con fe desfigurada y, con frecuencia, inexistente, que dan pena en un belén al que resultan extrañas, aunque aparezcan centradas.

A mí me gustan los pastores que dan crédito a evangelios; los ángeles que lo anuncian y que dan gloria en el Cielo; esos magos alejados que, siguiendo a una estrella, se acercan hasta el portal, y se postran y arrodillan ante el Niño Dios pequeño. Me gustan Simeón, y Ana, y san José, y santa María,… todas esas figuritas ojipláticas y fijas junto a una mula y un buey, mirando su comedero, como si estuvieran viendo al Invisible hecho pan tierno. ¡Han reconocido a Dios! ¡Y se han hecho sus amigos! Ya no es sólo el Creador, siempre omnipotente y sabio. Ni el mero Dios que se lee o puede escrutarse a plazos; ése que habla en la historia, pero al que no siempre entendemos… Ahora es de carne y gime…, ¡y hasta parece que habla! Lo hace sin intermediarios… ¡Dios se ha hecho carne! Su Cuerpo se come como Pan de vida, y su Sangre se bebe para salvación. Sigue de mil modos presente, y escondido en tantos prójimos…, pero ahora se deja adorar físicamente aquí, en la eucaristía, en el sagrario…

De todas las del belén, éstas son mis preferidas. Son figuritas preciosas, que cantan al Amor de los amores y se postran adorándole. Son las únicas, por cierto, que saben qué significa, y se dicen de verdad…

¡Feliz Navidad!