“Aunque la higuera no echa yemas y las viñas no tienen fruto, aunque el olivo olvida su aceituna y los campos no dan cosechas, aunque se acaban las ovejas del redil y no quedan vacas en el establo, yo exultaré con el Señor, me gloriaré en Dios mi salvador.” (Hab 3, 17).

 

El profeta Habacuc pone palabras a nuestra oración en el inicio de un nuevo año litúrgico. El Adviento nos trae siempre la paradójica alegría de que, al fin, todo lo pasajero se destruya, todo lo creado se transforme, y se produzca el cumplimiento pleno de todas las promesas, con el retorno del Rey.

 

Nada ñoño ni pueril es el Adviento de los cristianos, tan distinto del que llena de luces artificiales las calles del mundo en estas fechas. Nuestra alegría no es comprar y gastar para vivir mejor aquí, condenándonos a la insatisfacción permanente de regalos que se hacen viejos y obsoletos cada vez más pronto.

 

Impresionados por la obra del que siempre viene, incluso desde acontecimientos desconcertantes, en medio de cualquier “terremoto” existencial, nos llena de gozo su misericordia, porque -en toda circunstancia- es el Señor el que sale a nuestro encuentro para salvarnos, despegándonos de este mundo, y haciéndonos capaces de caminar por las alturas.

 

Por eso, aunque siga cayendo la noche sobre el mundo, y ya nadie vea ni torta de hacia donde va la historia; aunque, mientras aumentan los mártires en Oriente, el cristianismo siga menguando en la vieja Europa, y los templos y conventos continúen vaciándose; precisamente porque la civilización occidental precipita su declive, mientras los políticos de visión cortoplacista sueñan con que España se desmembre unos años después y sus votantes sigan considerando esto un mal menor…, nosotros, los que le esperamos a Él, alcemos nuestra cabeza agradecidos por el negro porvenir y martirial que nos aguarda,… pues no existe esperanza más maravillosa que saber que, al final de todas las cosas, como extraordinaria eucatástrofe de la Historia, está Él, cuyo resplandor eclipsa el Cielo e impregna todo de su alabanza.

¡Dichosos nosotros, si estamos dispuestos y preparados para salir a su encuentro!

Antonio Izquierdo
Párroco de San José obrero