LAUDATO SI’

“Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar.

¡Ay de aquellos que mueran en pecado mortal! Bienaventurados aquellos a quienes encontrará en tu santísima voluntad, pues la muerte segunda no les hará mal.”

Desde el 24 de mayo pasado y hasta el próximo día mismo del presente año, estamos celebrando —por invitación expresa del Papa— el quinto aniversario de la publicación de su segunda encíclica, Laudato si’, denominada en italiano con las palabras más repetidas del cántico que san Francisco compuso al final de su vida, invitando a la alabanza a todas las criaturas. Al santo de Asís, ya prácticamente ciego, y sellado en su propio cuerpo con los estigmas del Crucificado, le quedaban apenas dos años de vida en este mundo. La poética composición, que recibe también, en las fuentes biográficas, el nombre de “himno a la hermana muerte”, nos deja asomarnos al alma de este hombre que para nada se preparó mejor que para salir de este mundo.

Ya dice el sabio autor del libro del Eclesiástico que no podemos proclamar dichoso a nadie antes del fin de su vida, pues sólo en el momento de morir se conoce al hombre (cf. Eclo 11, 28). Tal vez “en la mesa y en el juego se conozca al caballero”, pero el cristiano precisa la visita de la muerte —en la propia carne y en la de los seres queridos— para mostrar sin ilusiones la estatura de su fe. Ahí culmina su camino de iniciación cristiana. Ése es su escrutinio final. Para esa pascua definitiva fue bautizado en la muerte de Cristo. Y sólo podrá llamarla “hermana” y hasta darle la bienvenida, si está seguro del favor que recibe, porque posee la certeza de su futura resurrección. Sin afrontar ese escrutinio, podrá imaginar que ha llegado a no sé qué paso o nivel de su vida cristiana. Se sentirá muy responsable protegiendo la salud, y no tendrá dificultad en encontrar, para ello, importantes prelados o autores “espirituales” que tranquilicen su conciencia, con argumentos esmerados. Con aparente libertad ante el dinero —como si nada le importaran las posibles multas— hallará, en las leyes civiles, excusas muy concienzudas para confinarse en su casa y en su pueblo, menospreciando, ante sus hijos y vecinos, la fe que decía tener cuando consideraba la Palabra, la Eucaristía y la Comunidad como trípode imprescindible de su vida cristiana. Pero, mientras siga trabajando cada mes, enviando a sus hijos al colegio o recibiéndolos en casa a su regreso del instituto o la universidad, y saliendo a comprar lo que no admite demora ni siquiera ante el peligro del contagio, estará diciendo con sus hechos que, a diferencia del Apóstol san Pablo, sí sabe qué escoger, y no es precisamente morir, para estar con Cristo, sino, evidentemente, la salud y el dinero, lo que considera “con mucho, lo mejor” (cf. Flp 1, 21-23).

Después de un año “cenizo” que ha conseguido gritarnos estruendosamente lo que la ceniza impuesta anualmente no conseguía que recordáramos, se abre nuevamente la santa Cuaresma para decirnos que somos polvo, y que al polvo volveremos porque en el origen de todos nuestros males hay, desde el inicio de la historia de la humanidad, una pandemia cuyo grave contagio no prevenimos ni adecuadamente valoramos. Deponer el pecado y convertirnos al Evangelio es la única opción para escapar de la “muerte segunda”, esa eterna condenación que sí debería preocuparnos. Porque, sirviéndose de coronavirus y convulsiones político-económicas, es Dios quien sigue llamándonos para que retornemos a Él. Sólo si tomamos en serio esta urgente llamada, podremos, como hizo san Francisco y cuenta Celano —su principal biógrafo—, “recibir a la muerte cantando”, mirándola de frente y preguntando, sin miedo, a la que de enemiga se ha convertido en hermana: “¿Dónde está tu victoria?, bienvenida seas”. Y al Dios que hizo la tierra y el agua, el fuego y el viento, el sol, la luna y las estrellas, también por la hermana muerte, diremos sinceramente laudato si’!

ACTUALIZACIÓN 9 de enero de 2021: se aplaza el inicio de las catequesis debido al confinamiento de la zona sanitaria de nuestra parroquia