Testimonio: Ordenación diaconal de Ismael Bermejo

“El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios; el Altísimo consagra su morada”.

Rezando la Hora Sexta el día de la Ordenación, estas palabras del salmo resonaron en mi interior como lema o testimonio de lo que el Señor quiere hacer en mi vida y de lo que, a través de mí, hará en la parroquia o de quienes tengan trato conmigo. Lo que realiza el Espíritu Santo por medio de la imposición de manos y la oración de consagración en mi vida es lo mismo que narra el salmo:

Las acequias de agua son las mociones del Espíritu que alegran con su paso y dan vida allá por donde van. Así yo seré instrumento, mediador que lleve la vitalidad del Espíritu a otras vidas; consagrando cada persona al Señor, es decir, dejando que Él conquiste nuevas ciudades: la morada de su alma.

Me emociona y me hace temblar también el hecho de ser administrador de la Gracia. Saber que a través de mis manos, de las palabras de la Iglesia puestas en mis labios, y de los signos sacramentales podrán nacer a la vida eterna nuevos hijos (Bautismo); bendecir la unión de dos personas y poner a Dios como centro y motivo de su entrega el uno al otro (matrimonio) y fruto de su amor engendrar vida; recomendar el alma de los difuntos y ofrecer consuelo a los familiares que se separan de su ser querido (exequias).

Es increíble que la Iglesia confíe en mí para proclamar el Evangelio, la Buena Noticia de la vida eterna que Cristo nos ha regalado muriendo y resucitando para el perdón de nuestros pecados, no sólo en la homilía sino más bien con el testimonio de mi vida.

En todo momento me siento sostenido por la misericordia del Señor. Por la oración de mi comunidad, de mi parroquia de Valdemoro, de los conventos de Clarisas de Valdemoro y Soria, de las hermanas de Iesu Communio, de las distintas parroquias por las que he pasado durante la formación del seminario… y sobre todo por San José Obrero, parroquia que considero como mi casa, mi familia y mis hermanos. Un año con vosotros y ya me siento completamente integrado. Compartiendo alegrías y dificultades.

A nuestro párroco Antonio le doy sinceras gracias por su comprensión, paciencia y amistad. A Ángel Tomás y Norberto por su ejemplo y cariño.

A todos os pido que recéis por mí. Que ya sabemos que el hábito no hace al monje, ni el ser sacerdote o diácono presupone la santidad. Por la cuenta que os trae.

Un abrazo.
Bendiciones.

Ismael Bermejo Arroyo

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