“Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado”
(Quevedo, Sonetos)
Recuerdo –de mis años de bachiller- que con estas palabras termina uno de los más hermosos poemas de Quevedo. El soneto que así concluye habla del amor capaz de sobrevivir a la muerte y de darle sentido.
Providencialmente, este año los católicos inauguramos la Cuaresma en el mismo día en que el Corte inglés celebra “San Valentín”. Que el día en que nosotros ayunamos para comenzar nuestro camino hacia la Pascua, coincida con el “día de los enamorados”, resulta ciertamente un tanto elocuente y significativo.
Hemos venido a este mundo en una carne débil y pecadora, heredada de Adán y – por ello- condenada a volver al polvo de donde salió sin más esperanza en el horizonte, si no fuera porque Dios mismo se enamoró de ella, la hizo suya y la glorificó, convirtiéndola en fuente de vida para nosotros.
“No somos nada” –escuchamos repetidamente en los velatorios. Y es verdad… hasta cierto punto. Porque somos amados por un Amor que es eterno. Y nosotros, los cristianos, hemos conocido ese amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Mientras vivimos en esta carne, vivimos de la fe en el Hijo de Dios que nos amó hasta entregarse a la muerte por nosotros. Y esa fe, que siempre es fundamento de lo que esperamos y garantía de lo que no vemos, nos permite anhelar –de pascua en pascua- nuestra última Pascua, cuando lo mortal sea absorbido por la Vida, y todos nos veamos transformados. Entonces, quienes éramos nada y no podíamos aspirar a ser más que polvo enterrado, veremos nuestra misma carne glorificada, a imagen de Cristo resucitado.
Ésta es nuestra fe, la misma que D. Ginés, nuevo Obispo de Getafe, garantizará y nos invitará a extender en nuestra diócesis; es la fe que nos disponemos a renovar en la noche santa de la resurrección del Señor, del 31 de Marzo al 1 de Abril. La Cuaresma se nos ofrece como tiempo excepcional para la reconquista del amor primero, dispuestos al bendito y necesario combate contra las fuerzas del mal, que amenazan con quitar a nuestro polvo el Agua viva del Espíritu, y nos impiden así ser barro maleable en manos del Divino Alfarero, que quiere hacer resplandecer en nosotros su Gloria.
Sí, es verdad: si el final de la Historia humana no llega todavía, un día –y sólo temporalmente- nuestras vidas, como decía Quevedo, “serán ceniza, mas tendrá sentido”. Porque podrán esperar la resurrección, tras haber creído en un Amor más fuerte que la muerte. “Polvo serán, mas polvo enamorado”