Mensaje de Pascua 2023

MISTERIUM FIDEI

Al principio, ni siquiera sabíamos si era uno solo. Expulsados de la intimidad paradisíaca que ya nadie recordaba, durante siglos tuvimos que imaginarlo, nos esforzamos por volverlo propicio a nuestros intereses y necesidades, y para ello le ofrecíamos muchos sacrificios. Sobrecogidos por su propia creación, en ocasiones lo confundimos con las mismas fuerzas de la naturaleza. Le tuvimos miedo, porque no sabíamos cómo era, y su poder nos asustaba. Proyectábamos en él todo lo que deseábamos y le reclamábamos todo lo que nos faltaba, achacándole la resolución ignota de todos nuestros misterios y la respuesta inaccesible a tantos interrogantes. Ignorantes de nuestra herida original, nos sentíamos siempre inocentes, y culpábamos a los otros de todas nuestras desgracias.

Pero fuimos afortunados, porque, primero a través de un hombre, y luego a través de un pueblo nacido de aquel creyente, decidió revelarse con mano fuerte y brazo extendido. No se guardó para sí; se nos reveló. Salimos de la religiosidad natural, y accedimos a la fe. Ya no hubo que imaginarle —incluso, él mismo lo prohibió—: hechos concretos nos dejaban experiencias, acontecimientos históricos nos mostraban su poder, personas creyentes nos servían de guías y una ley sabia sellaba la alianza, que prometía felicidad a quienes le fueran fieles. Entonces decidimos esforzarnos en el cumplimiento de sus mandatos, y nos frustró comprobar que no podíamos agradarle.

Lo que nunca pudimos sospechar es que quisiera asumir la muerte que no merecía ni le correspondía por naturaleza; jamás habríamos imaginado que él tendería una trampa al señor de la muerte y que nuestro ancestral enemigo mordería el anzuelo. Y tal como sucedió, así lo celebramos: en el momento culminante de cada año, en el primer día de cada semana, y en el momento más importante de cada jornada, anunciamos su muerte, proclamamos su resurrección, y mientras esperamos su glorioso retorno, ofrecemos a Dios lo que Él mismo nos ha dado: el Cuerpo y la Sangre de su Hijo, ofrecido por nosotros y por muchos, para el perdón de los pecados. Lo comemos como maná imprescindible y lo bebemos como antídoto contra la muerte; lo disfrutamos como amigo verdadero y lo elegimos como compañero-viático para la Vida eterna que ya nos ha hecho degustar.

Por eso no hablamos de Él ya en pasado, porque vive con nosotros, ¡está resucitado! Su presencia física y vivificante constituye el misterio —el sacramento— de nuestra fe. De nuestra relación con Jesús sacramentado depende el estadio “religioso” en que nos encontramos. Porque nosotros ya no escrutamos su Palabra como hombres de la Antigua Alianza, que desconocen su cercanía en el sagrario, ni preferimos la soledad de nuestra habitación a verle, tocarle y degustarle en una mesa real. Sin la Eucaristía, sin el domingo, sin su Pascua, ya no sabemos vivir. Da igual si estamos enfermos o aparecen virus que aterran al mundo: sólo Él basta, lo demás sí es secundario. Si cambia el clima o no, si se hunden los sistemas económicos, o las potencias se enfrentan amenazando la paz mundial, nuestro corazón no tiembla, porque se sabe comensal de Quien dirige la historia, es el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Nosotros somos hombres del Nuevo Testamento, podemos vivir cosas imposibles porque nos ha dado su Espíritu. No queremos sinodalmente mundanizarnos, para que el mundo se sienta a gusto con el mal de muchos, porque eso haría de la Iglesia un consuelo de tontos. Anunciamos una vida sobrenatural, imposible para hombres que no han sido redimidos, que aún buscan a Dios a tientas, o que —teniendo el bautismo y la eucaristía realmente sin estrenar— secundan falsos profetas, mercenarios pastores o silentes acobardados en la defensa de la Verdad.

Nosotros no podemos dejar de contar lo que hemos visto y oído, comido y bebido: Jesús, nuestro Pan, está vivo. Quien tenga sed, que venga a beber de su Sangre; ebrio del Espíritu, y sin ya poder callar, lo gritará a todos:

¡¡VERDADERAMENTE CRISTO HA RESUCITADO!!
¡¡FELIZ PASCUA!!

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