Mensaje de Pascua 2022

CUR NONDUM?

“Cuando nuestra injusticia llegó a su culmen, y se manifestó plenamente que no le aguardaba otra recompensa que castigo y muerte, vino el tiempo establecido por Dios para manifestar en adelante su bondad y su poder”. Así contestaba un autor cristiano de finales del s.II a las preguntas que sobre el anuncio evangélico se planteaban los paganos. Su llamada Carta a Diogneto, responde —entre otras muchas cuestiones— a una de las objeciones más comunes que los intelectuales de la gentilidad presentaban a los primitivos evangelizadores: Cur tam sero? (¿Por qué tan tarde?). ¿Por qué tardó tanto Dios en darse a conocer, permitiendo que los siglos anteriores viviesen en la ignorancia de su amor y designio? La tardanza de Dios en manifestarse podría parecer despreocupación y desidia de su parte hacia el hombre, y de alguna manera podría tirar por tierra el anuncio evangélico sobre su bondad y misericordia.

Sin embargo, la respuesta del anónimo apologeta fue semejante a la que ofrece san Pedro en su carta (cf. II Pe 3, 15): “No nos odió ni nos despreció ni nos guardó rencor, sino que fue paciente. Nos soportó con misericordia”. Resulta curioso que sea la misma argumentación que usa el primer papa para referirse a los que, ya avanzado el siglo I, dudaban de la promesa del retorno glorioso de Cristo.

Probablemente es ésta la acuciante pregunta que tienta la fe de quienes nos llamamos cristianos al inicio del tercer milenio. Si no hubiéramos olvidado el latín, seguramente la formularíamos así: Cur nondum? (¿Porqué aún no?) ¿Porqué no vuelve todavía? En un poema precioso, que tituló Oración al Rey venidero, lo expresaba muy bien Rubén Darío:

“¿Ha nacido el apocalíptico Anticristo?
Se han sabido presagios y prodigios se han visto.
Y parece inmediato el retorno de Cristo. (…)

¡Oh, Señor Jesucristo! ¿Por qué tardas, qué esperas
para tender tu mano de luz sobre las eras
y hacer brillar al sol tus divinas banderas?”

(Cantos de Vida y Esperanza, 10).

“El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda, sino que todos accedan a la conversión” (II Pe 3, 9). La respuesta del apóstol sigue siendo hoy palabra de Dios para nosotros. Y al inicio del “tercer día” —porque, para Dios, “un día es como mil años, y mil años como un día”, (II Pe 3, 8)—, cuando la noche del mundo es muy oscura, y la fe de muchos discípulos, encerrados en sus cenáculos, anda un poco resfriada…, la certeza indiscutible —salvo herejía— de que Jesús va a volver, y de que sucederá “pronto” (Ap 22, 20), debería despertar a los que celebramos una nueva Pascua esperando “estos acontecimientos”, de modo que procuremos aguardar el “Día”, bien dispuestos (cf. II Pe 3, 14), no vaya a ser que —después de tantas liturgias y credos rutinarios— nos quedemos fuera de la puerta con la lámpara bautismal en la mano, pero apagada por falta de combustible.

Porque llegará una última Pascua. Y nada desea más la Novia del Cordero, que lo grita in amada de amor en el Espíritu (cf. Ap 22, 17). Quien lo oiga, diga: “Ven” Dichosos los que toman en serio la última palabra de Cristo: “Sí, vengo pronto”. Se dirán unos a otros, para siempre:

¡¡FELIZ PASCUA!!

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