AMORIS LAETITIA
“La alegría del amor” es el título de la exhortación apostólica que el Papa Francisco nos dirigió en 2016 sobre el amor en la familia, recogiendo los frutos del sínodo que sobre el mismo tema tuvo lugar en 2014. En el quinto aniversario de aquella misiva, ha querido el Santo Padre que celebremos un “año de la familia-Amoris laetitia”, que comenzó el pasado día de san José y se prolongará hasta la celebración del décimo encuentro mundial de las familias el próximo mes de junio en Dublín.
El domingo siguiente al 25 de cada diciembre celebra la Iglesia siempre la fiesta de la Sagrada Familia, maravilloso ejemplo propuesto por Dios a ojos de su Pueblo. Y este año, ese domingo se ubica justo al día siguiente de la misma solemnidad del nacimiento de Cristo. Todos los belenes —desde los más modestos a los más artísticos— presentan la genuina alegría del amor, encarnado en una familia humana, como Dios la pensó desde el principio, la única que merece tal nombre: una “escultura viviente” (AL 11), un icono en la Tierra de la Santa Trinidad celeste, a cuya imagen hemos sido creados los hombres (lo que en castellano incluye también a las mujeres). Siendo distintos (¡gracias a Dios!) y maravillosamente complementarios, el varón y su esposa se donan mutuamente el amor prometido de modo indisoluble, abriéndose así a la vida que reciben como don, y jamás como un derecho.
Gracias, Santo Padre, por recordarnos —fiel al Evangelio— que “no existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia” (AL 251), gracias por afirmar con rotundidad que el divorcio que hemos legalizado desde hace tantos años, y al que nos hemos acostumbrado como inevitable, “es un mal” (AL 246) en sí mismo, apartado del designio de Dios que el pecado quiso destruir desde el principio; y gracias también por invitarnos a “alentar a las personas divorciadas que no se han vuelto a casar —que a menudo son testigos de la fidelidad matrimonial— a encontrar en la Eucaristía el alimento que las sostenga en su estado” (AL 242), porque ellas nos recuerdan que la palabra dada no puede retirarse, pase lo que pase, y son testigos del amor crucificado con el que Cristo mismo desposó a su Iglesia naciendo en un pesebre y muriendo en una cruz.
Gracias, Santidad, por afirmar que “las familias numerosas son una alegría para la Iglesia” (AL 167), que “todo niño tiene derecho a recibir el amor de una madre y de un padre”, porque ambos son necesarios para su maduración íntegra y armoniosa” (AL 172). Gracias, Papa Francisco, por gritar contra el aborto que “si la familia es el santuario de la vida”, “constituye una contradicción lacerante que se convierta en el lugar donde la vida es negada y destrozada” (AL 83), por invitarnos a redescubrir la profética Humanae Vitae de san Pablo VI (cf. AL 82), así como la Familiaris Consortio de san Juan Pablo II (cf. AL 222).
Como recuerda el Sumo Pontífice que “no todas las discusiones doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltas con intervenciones magisteriales” (AL 3), aunque la exhortación apostólica ofrece “otras consideraciones que puedan orientar la reflexión, el diálogo o la praxis pastoral” (AL 4), las familias cristianas y sus pastores agradecemos encarecidamente al sucesor de Pedro que nos confirme en la “necesaria unidad de doctrina y de praxis” (AL 3), porque es grande a veces la confusión que inevitablemente nos acompaña en esta época, y en medio de la cual hemos de discernir tantas cosas, sin que podamos de ningún modo integrar lo que se opone a la alegría del Amor verdadero bajado del Cielo.
Al contemplar este año a la Sagrada Familia, tanto en Belén, como en Egipto o Nazaret, nos llenará de júbilo saber que Dios se hizo verdadero hombre, y que participó de nuestra misma carne y sangre (cf. Hb 2, 14), para hacernos capaces —por su encarnación y redención— de vivir sobrenaturalmente, sin conformarnos a la mentalidad de este mundo postcristiano y apóstata que siempre amenaza con penetrar —como el humo de Satanás que denunció san Pablo VI— por las grietas que a veces abren los mismos laicos y pastores de la Iglesia. Ciertamente, Santo Padre, la alegría del Amor recién nacido, hace posible —para todas nuestras familias cristianas— una entrañable y feliz Navidad