Mensaje de Adviento 2024

La bofetada de Papá Noel

El sexto día de diciembre, el Adviento nos ofrece cada año la memoria de san Nicolás, llamado “de Mira” —de donde fue obispo, en la actual Turquía—; o también “de Bari”, la ciudad de la costa italiana donde su cuerpo espera la resurrección y recibe, todavía hoy, innumerables peregrinos cristianos de Oriente y Occidente. Se trata del santo Nicolaus, más conocido en su forma abreviada —Santa Claus— o como “Padre-Navidad”, Papá Noel. Su relación con el tiempo navideño que se acerca es extraordinaria, porque este obispo del s.IV, que procedía de una familia profundamente cristiana, y que usó toda la fortuna heredada para hacer el bien a los más pobres, sobre todo a los niños de familias que hoy llamaríamos “en situación de exclusión social”, participó en el importantísimo concilio de Nicea, hace ahora casi mil setecientos años.

Se cuenta que, habiendo caído en desgracia un hombre de su ciudad natal (Patara), se había visto obligado a prostituir a sus tres hijas, y que el todavía joven Nicolás, para remediarlo desde el anonimato, arrojó por la chimenea unos lingotes de oro que fueron a introducirse providencialmente en los calcetines que las chicas habían dejado colgados junto a la chimenea, esperando que se secasen. Que esta anécdota y otras parecidas estén en el origen de su tradición navideña, hoy ya tan secularizada, parece evidente. Pero lo que realmente relaciona a Papá Noel con la Navidad es su participación en aquel primer concilio ecuménico de la historia, al que fueron convocados por el mismísimo emperador Constantino más de trescientos obispos del mundo entero, presididos por Osio de Córdoba en el año 325. El jubileo de la Encarnación, promulgado por el Papa Francisco para el año que va a comenzar coincide, pues, diecisiete siglos después, con el aniversario de este concilio que definió nada menos que la fetrinitaria, y concretamente la encarnación de la segunda Persona, el Verbo de Dios, “que, por nosotros los hombres, y por nuestra salvación, bajó del Cielo, y por obra del Espíritu Santo, se encarnó de María la Virgen, y se hizo hombre”, sin dejar de ser verdaderamente “de la misma naturaleza del Padre”. Jesús, nuestro Señor, es ciertamente “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado”. Y por Él y para Él, todo fue hecho.

Si Dios no se ha encarnado, si Jesús no es verdaderamente Dios, todo el cristianismo se deshace y la buena noticia de la salvación es mera fantasía para los hombres. Ésta era la fe de la Magna Iglesia, en un momento en que muchos no tan magnos obispos eran herejes seguidores de un teólogo —Arrio— que no creía en la verdadera divinidad de Cristo. Sin duda, ésta fue la fe del obispo san Nicolás, y a defenderla llegó al concilio de Nicea. Allí, el presbítero Arrio, que ya había sido condenado por su propio obispo Alejandro en un sínodo, defendía con pasión sus argumentos, tergiversando las Escrituras hasta hacerles decir lo contrario de la Tradición revelada. Se dice que, mientras aquel pretendido teólogo defendía vigorosamente su herejía, los obispos escuchaban en silencio. Todos…, menos uno: san Nicolás, que en cierto momento perdió la paciencia y le asestó una sonora bofetada, cuyos ecos llegan a nosotros hasta hoy.

Y es que, aunque ahora pueda extrañarnos, no siempre los sínodos y concilios se preocuparon por ser inclusivos ni por consensuar la fe o la moral con los hombres que, en cada época, no profesan la verdadera ortodoxia. Ha habido santos que no confundieron la caridad con la dulzura, ni la comunión con la ambigüedad. Las guerras actuales, las danas recientes, y hasta la confusión y la oscuridad de tantos que se llaman cristianos, son paradójicas palabras de Dios, que sigue hablando en la historia (a veces con bofetadas), e intenta despertarnos —al inicio de un nuevo adviento, y a punto de empezar un gran jubileo— para que nos convirtamos a la fe verdadera, ésa que profesamos desde siempre en la Iglesia, y que se formuló dogmáticamente hace ahora diecisiete siglos. El mismo Cristo en quien creía san Nicolás hasta la confrontación necesaria, “de nuevo vendrá con gloria, para juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin”. No conviene olvidar la fe nicena por la que tantos sufrieron ñ destierros y martirios, despreciando su credo con el argumento de que es muy largo o —peor aún— porque no nos lo han enseñado nuestros catequistas… Tal vez el jubileo que está a punto de comenzar sea una buena oportunidad para dejarnos espabilar por la estupenda bofetada de Papá Noel: Dios se hizo carne, murió, resucitó… y, —cambiando el clima definitivamente, por más que intentemos impedirlo—, pronto va a volver. Eso nos recuerda el Adviento. Y a lo mejor no está mal pedir en esta ocasión a san Nicolás, que nos aseste una bofetada contundente, poniéndonos la cara mirando hacia donde nuestros ojos deberían siempre orientarse.

Antonio Izquierdo Sebastianes

(Mensaje de Adviento 2024 para sus feligreses)

Comments are closed.