“¿Me preguntáis quién es éste? Oídselo a él mismo,
que dice: Yo soy el pan de la vida; y el que come la vida
no puede morir. Acercaos a él y saciaos, pues es pan;
acercaos a él y bebed, pues es la fuente; acercaos a él y
quedaréis radiantes, pues es luz; acercaos a él y seréis
liberados, pues donde está el Espíritu del Señor, hay
libertad; acercaos a él y seréis absueltos, pues es el
perdón de los pecados. Le habéis oído, le habéis visto y
no habéis creído en él; por eso estáis muertos; creed al
menos ahora, para que podáis vivir.”

( S. Ambrosio, Comentario sobre el Salmo 118 )

 

Gloria a ti, oh Cristo, sacerdote y hostia,
maná verdadero y medicina de inmortalidad,
Tú que vives para siempre,
inmolado por nosotros y por muchos,
alcánzanos el perdón que hace cantar
¡¡ALELUYA!!

 

Desde la Parroquia de San José obrero (Móstoles),
en el año del Señor 2023, para todos
¡¡FELIZ PASCUA!!

MISTERIUM FIDEI

Al principio, ni siquiera sabíamos si era uno solo. Expulsados de la intimidad paradisíaca que ya nadie recordaba, durante siglos tuvimos que imaginarlo, nos esforzamos por volverlo propicio a nuestros intereses y necesidades, y para ello le ofrecíamos muchos sacrificios. Sobrecogidos por su propia creación, en ocasiones lo confundimos con las mismas fuerzas de la naturaleza. Le tuvimos miedo, porque no sabíamos cómo era, y su poder nos asustaba. Proyectábamos en él todo lo que deseábamos y le reclamábamos todo lo que nos faltaba, achacándole la resolución ignota de todos nuestros misterios y la respuesta inaccesible a tantos interrogantes. Ignorantes de nuestra herida original, nos sentíamos siempre inocentes, y culpábamos a los otros de todas nuestras desgracias.

Pero fuimos afortunados, porque, primero a través de un hombre, y luego a través de un pueblo nacido de aquel creyente, decidió revelarse con mano fuerte y brazo extendido. No se guardó para sí; se nos reveló. Salimos de la religiosidad natural, y accedimos a la fe. Ya no hubo que imaginarle —incluso, él mismo lo prohibió—: hechos concretos nos dejaban experiencias, acontecimientos históricos nos mostraban su poder, personas creyentes nos servían de guías y una ley sabia sellaba la alianza, que prometía felicidad a quienes le fueran fieles. Entonces decidimos esforzarnos en el cumplimiento de sus mandatos, y nos frustró comprobar que no podíamos agradarle.

Lo que nunca pudimos sospechar es que quisiera asumir la muerte que no merecía ni le correspondía por naturaleza; jamás habríamos imaginado que él tendería una trampa al señor de la muerte y que nuestro ancestral enemigo mordería el anzuelo. Y tal como sucedió, así lo celebramos: en el momento culminante de cada año, en el primer día de cada semana, y en el momento más importante de cada jornada, anunciamos su muerte, proclamamos su resurrección, y mientras esperamos su glorioso retorno, ofrecemos a Dios lo que Él mismo nos ha dado: el Cuerpo y la Sangre de su Hijo, ofrecido por nosotros y por muchos, para el perdón de los pecados. Lo comemos como maná imprescindible y lo bebemos como antídoto contra la muerte; lo disfrutamos como amigo verdadero y lo elegimos como compañero-viático para la Vida eterna que ya nos ha hecho degustar.

Por eso no hablamos de Él ya en pasado, porque vive con nosotros, ¡está resucitado! Su presencia física y vivificante constituye el misterio —el sacramento— de nuestra fe. De nuestra relación con Jesús sacramentado depende el estadio “religioso” en que nos encontramos. Porque nosotros ya no escrutamos su Palabra como hombres de la Antigua Alianza, que desconocen su cercanía en el sagrario, ni preferimos la soledad de nuestra habitación a verle, tocarle y degustarle en una mesa real. Sin la Eucaristía, sin el domingo, sin su Pascua, ya no sabemos vivir. Da igual si estamos enfermos o aparecen virus que aterran al mundo: sólo Él basta, lo demás sí es secundario. Si cambia el clima o no, si se hunden los sistemas económicos, o las potencias se enfrentan amenazando la paz mundial, nuestro corazón no tiembla, porque se sabe comensal de Quien dirige la historia, es el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Nosotros somos hombres del Nuevo Testamento, podemos vivir cosas imposibles porque nos ha dado su Espíritu. No queremos sinodalmente mundanizarnos, para que el mundo se sienta a gusto con el mal de muchos, porque eso haría de la Iglesia un consuelo de tontos. Anunciamos una vida sobrenatural, imposible para hombres que no han sido redimidos, que aún buscan a Dios a tientas, o que —teniendo el bautismo y la eucaristía realmente sin estrenar— secundan falsos profetas, mercenarios pastores o silentes acobardados en la defensa de la Verdad.

Nosotros no podemos dejar de contar lo que hemos visto y oído, comido y bebido: Jesús, nuestro Pan, está vivo. Quien tenga sed, que venga a beber de su Sangre; ebrio del Espíritu, y sin ya poder callar, lo gritará a todos:

¡¡VERDADERAMENTE CRISTO HA RESUCITADO!!
¡¡FELIZ PASCUA!!

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor (2 de abril)
  • 9:00 h. Misa (doble)
  • 12:00 h. Misa
  • 19:30 h. Misa
Martes Santo (4 de abril)
  • Misa crismal (en la catedral 12:00 h.)
  • Catequesis para el Triduo Pascual (última de Cuaresma)
Jueves Santo (6 de abril)
  • 10:00 h. Laudes. Recepción de los santos óleos
  • 18:00 h. Misa en la Cena del Señor
  • 22:00 h. Hora santa
Viernes Santo (7 de abril)
  • 10:00 h. Laudes
  • 11:00 h. Via Crucis
  • 18:00 h. Celebración de la Pasión y Muerte de Cristo
Sábado Santo (8 de abril)
  • 10:00 h. Laudes. Ritos prebautismales
  • 18:00 h. Vísperas. Apertura de la fuente bautismal
  • 22:00 h. GRAN VIGILIA PASCUAL de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo
DOMINGO DE PASCUA (9 de abril)
  • 12:00 h. Misa
  • 19:30 h. Misa
  • 20:30 h. Vísperas bautismales. Clausura solemne del Triduo Pascual

CISMA O MUERTE

En una de las imágenes más elocuentes y eucarísticas, y precisamente en la sobremesa de su última cena, Jesús dice que, separados de Él, no podemos hacer nada que tenga fruto de vida eterna; y que el sarmiento seco ha de cortarse y arrojarse al fuego para que arda (cf. Jn 15, 5-6). Por un lado, el sarmiento no puede vivir sino en la vid, y por otro la vid no puede mantener consigo al sarmiento que se ha necrosado. Suele ser así con los organismos vivos; la amputación es una tragedia dolorosa que a veces se hace indispensable para que el cuerpo mismo siga vivo. Fue así como san Pablo ordenó la primera excomunión de la que tenemos noticia en la historia de la Iglesia, tal como aparece en su primera carta a los corintios, a quienes tuvo que recordar que “un poco de levadura fermenta toda la masa” y que, si se actúa tajantemente, es precisamente para procurar salvación (cf. I Cor 5, 1-8).

La Cuaresma viene cada año a recordarnos que nos vale más entrar en la Vida, amputados de ojos, manos, pies, relaciones inadecuadas, diversiones, artefactos tecnológicos o lo que sea, antes que ser arrojados al fuego de la muerte eterna con todo nuestro follaje. Se trata de un razonamiento radical evangélico que vale igual para el cuerpo eclesial, que para una comunidad concreta o la vida misma de un simple cristiano. No se celebra la Pascua, conservando las casas, las costumbres, los ajos y las cebollas de Egipto, por muy connaturales que nos resulten; hay que separarse del régimen del Faraón; es preciso salir, escindirse de todo lo que amenaza con convertir nuestra vida en una muerte. Se trata de un cisma doloroso, que paradójicamente nos salva.

Hay quien dice que el PP es el PSOE con unos cuantos años de retraso. Y la verdad es que es para pensarlo, cuando se comprueba que el mismo partido que recurre una ley abortista como inconstitucional, acaba por considerarla válida, una vez sentenciada así por un tribunal que ha cambiado de mayorías, trece años después. Pero ¿qué le sucedería a la Iglesia si considerase sinodalmente laudable lo que la Vid señaló tumoral y gangrenoso? Porque la Iglesia no puede ser lo mismo que el mundo, con unos años de retraso. Dejaría de ser ella misma. Su sabia porta Vida eterna, y allí donde ya no riega, porque se ha necrosado y ni siquiera anhela sanarse, el cisma es un hecho al que simplemente hay que ponerle el nombre; desgraciadamente es así, pero por salud y nitidez evangélica.

La comunión con las células muertas es letal para la vida del cuerpo. La caridad con el viviente exige la más absoluta y radical separación de todo lo que le mata. Y el que nos reunió en un solo Cuerpo, dándosenos como alimento, aceptó que incluso sus más íntimos se le pudieran marchar por estimar duro su lenguaje (cf. Jn 6, 60-67). Entremos en el quirófano de esta nueva Cuaresma, dispuestos a amputar lo que sea necesario, porque nada es más importante que vivir como la Pascua hará posible: plenamente y para siempre.